Uno se acostumbra muy, muy rápido a lo bueno. Y, cuándo lo bueno es excepcional, más rápido aún. Y, si por azar, uno ha de tener por una pausa, el tiempo, ese que a veces vuela, se ralentiza insoportablemente, y, por muy grata que sea la compañía, si no es la deseada, la recordada, el alma se siente incompleta e intenta engañarse diciendose que queda menos de lo que realmente queda, o que es menos de lo que uno sabe que es, o le cambia el nombre a las cosas... Todo para no ser consciente de que realmente, por muy bien que estemos en ese sucedáneo de lo que sea, nos falta un trozo, y ese trozo, cada día, es más grande.
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