viernes, junio 05, 2009

Ciudad en que no existo

No duerme nadie, siquiera las sombras. Solo cabe esperar que el amanecer sea idéntico o más suave, o rezar por que no acabe la tormenta. A través de los visillos se afanan los surcos en desenredarse y Dionisios otea regocijado su propio devenir, como si esperase un mar de fondo que volviera a reinventarse.

En las manos, arena. En los dedos, polvo. ¿Qué queda en el alma?

No rondan las palabras la luna, si no el gesto, y ese "si no" tal vez sea sino y entonces se retira el calor a los cuarteles de invierno y empieza a trazar planetas y a crearse para creerse.

Pero miente, y lo sabe. Miente.

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