jueves, noviembre 20, 2008

Y ahora...

Hace más de setenta años, miles de hombres y mujeres de muchísimas nacionalidades vino a nuestro país a defender la universalización de la educación, la emancipación de la mujer, el acceso a la cultura de todas las capas de la sociedad, la libertad religiosa, y ni que decir tiene que el derecho a voto, y a participación en todos los estamentos de la vida pública, de todos y todas, sin distinción de sexo, raza, religión...

Vinieron a defender la libertad individual, y la colectiva, y no vinieron a hacerlo detrás de un café, cómodamente sentados, sin creerse del todo que serían capaces de abandonar su cómodo status quo por un ideal no demasiado claro.

Vinieron a morir acribillados en lo mejor de sus vidas, a dejarse brazos, manos, piernas sembrando nuestros campos, a perder el derecho a volver a sus hogares, a ser fusilados por sus compatriotas.

Y perdieron. Pero no olvidaron. No olvidaron que alguien les prometió que volverían, que algún día esta tierra que tan ingrata les había sido sería un poquito suya, que algún día esta patria que habían defendido, ésta cuya historia ignoramos, sería también su patria...

Y esperaron. Y envejecieron y murieron de viejos, pero siguieron esperando.

Y, cuándo les dijeron que al fin podían volver y unirse a nosotros, ser también nosotros...

Se negaron, porque tenían principios, porque tenían ideales más elevados de los que ahora, televisivos, pasivos, estupidizados, somos incapaces ni siquiera de concebir.

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