Recostado en los destinos no hago más que traducir versos a la lengua del amor.
Como una tormenta de napalm helado, mi sangre hierve sonriendo al aire en que me pudro
y desgobierna enrarecida mi última demencia:
Seguir el ritmo de un caramelo.
A veces, las palabras han caído inertes en mis labios
y las he enterrado con lágrimas de arena
en un nicho sin fondo
para poder escucharlas.
Y allí es dónde te he erigido como ángel de humo y viento,
te rimo y te modelo
para tu oído ausente,
que ignora las últimas nubes del crepúsculo en que me hallo.
Yo
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