lunes, julio 28, 2008

Efecto 2000 (y IV)

29-2-2000

No sé que cara llevaría hoy, que hasta Mari Piji me ha facilitado el trabajo. Menos mal. Hoy la habría matado. O no. Probablemente no me habría percatado de su presencia. O yo qué sé. No me importa lo que le pase a la chica Nike. No me importa lo que le pase a nadie en este mundo. A casi nadie. Está ella. A lo mejor echándome de menos. A lo mejor llorando en casa. Tengo que llamarla, tengo que verla, tengo que hablar con ella, tengo que estar con ella. Besándola, abrazándola, mirándola.

Todo el día sacudido por los recuerdos. Recuerdos que no plasmé en este diario. Recuerdos que se perderán algún día. Recuerdos que no sé si querré recordar algún día. Pero los anotaré. Por si acaso. A lo mejor dentro de veinticinco años enseño este diario a mis hijos y les explico que así estaba yo tras la primera pelea con su madre, o la última con una novia que tuve. Prefiero, con mucho, la primera opción. A no ser que en breve se me presente una buena justificación para la segunda... Ambos teníamos un gran sentido del humor. A ella le gustaban los sutiles juegos de palabras y el humor del absurdo. A mí me iba el humor negro. Cuanta más sangre y más muerte, mejor. Sé que es una salvajada y que algunos repatean el estómago, pero es que me parto con un buen chiste de Lady Di(e).
Fue en una cena de clase. La primera de primero. Éramos ciento y pico. Yo apenas conocía a un par de chavales. Nos sentamos en una esquina, realmente los únicos tres sitios que quedaban libres juntos. Unas cuantas jarras de sangría después, ya estaba yo soltando mi repertorio al pequeño círculo que me rodeaba. El círculo fue aumentando y ella también se animó. Aquello parecía una competición. La miré e intenté retener cada uno de sus rasgos, temiendo no recordarla al día siguiente. La vi bellísima en aquellos momentos, pero no podía distinguir si era ella o la sangría.

La noche acabó bien, porque al día siguiente me levanté entero y en mi piso. El colmo de la suerte habría sido levantarme a su lado, pero no se puede tener todo. Por lo menos de golpe. Me pasé todo el fin de semana intentando reconstruir su rostro y me prometí mil y una veces no volver a beber. No cumplí ninguna.

Afortunadamente, ella sí se acordaba de mí. Se acercó un día al acabar la clase. Bueno, realmente yo estaba justo en mitad de su camino y tuvo que pedirme que me apartase. De paso, me preguntó que si había renovado el repertorio de chistes pésimos. Le dije que sí, que no, que a veces, que yo... Que sí. Sentía ya no el pulso, era el corazón entero latiéndome en la cara. Temí no volver a acordarme de respirar cuando ella se marchara. Ella sonrió y se fue. No había sido la sangría. Era preciosa.

Nos saludábamos cuando nos veíamos y poco más. Yo la miraba, la miraba constantemente. Buscaba cualquier sitio para verla bien, esperando una oportunidad. Una oportunidad que ella tendría que ofrecerme porque mi timidez ya me impedía mantener algo parecido a una conversación coherente con cualquier otro compañero de clase... Me convertí, sin quererlo, en el más conocido de la clase. Para disimular mi timidez no hacía más que decir estupideces que casualmente hacían gracia y muchos se acercaron a mi porque resultaba divertido.
No hice ningún amigo, pero no me faltaba compañía. Y ella acabó acercándose. Se sentó algún día que otro con mis conocidos. Y empezaron las conversaciones y empezamos a descubrir que teníamos mucho en común... A la siguiente fiesta fuimos juntos ... Toda la clase juntos, pero los dos salimos antes que los demás. Estábamos hartos de bailar y salimos a tomar el aire. Nos sentamos en la cera. Hablamos unos segundos. En un momento, ella quedó callada y me besó. Así, de repente, sin esperarlo, me besó. Fue un beso fugaz, que apenas sentí un segundo en los labios, pero que me duró mucho tiempo en la boca. Me callé, la miré. Ella sonreía. Supuse que era yo quién debía tomar la iniciativa en ese momento. Que tenía que... No sabía que hacer y me quedé absolutamente quieto, anonadado, con una sonrisa bobalicona. Espero que no se me cayese la baba en ese momento, aunque no me extrañaría. Ante mi falta de respuesta, ella se levantó y volvió a la discoteca. No osé seguirla y regresé al piso. No pegué ojo aquella noche. Ni la siguiente. A la otra estaba demasiado cansado y dormí como un lirón. Una cosa es ser un romántico y otra un búho.

Según los rumores que circularon por casi toda la facultad y probablemente todo el campus la semana siguiente, no nos habíamos casado de milagro. Intenté explicar que no, que no había pasado nada, pero era mi voz sola contra la de muchos y nadie me hacía caso. El hecho de que yo fuera el protagonista de los acontecimientos parecía no ser importante para mi conocimiento de lo sucedido.
Ella estaba igual, intentando explicar a sus amigas que no había pasado nada, que había sido un momento, un impulso, pero que no había nada más. Claro, su opinión tampoco parecía contar. Una mañana se acercó a mí:
- Tú y yo tenemos que hablar.- Me dijo, casi amenazadora.
- Sí, supongo.- Contesté compungido.- Lo siento.
- Pues hay que ponerle remedio. No me gusta ser la comidilla de todo el mundo.
- Sí, yo también me estoy hartando. Se lo explico a todos, pero nadie me hace caso.- Me disculpé, ¿ que más podría decir?
- Pues habrá que buscarle otro remedio...- insinuó, intentando aparentar una seriedad que sus ojos contrariaban.
- Sí, podríamos... -Balbuceé. Tenía la pelota en mi tejado. Me tocaba a mí. Aquél era el momento. Ahora o nunca. Lo que siempre había soñado al alcance de mi mano. Sólo unas palabras y alcanzaría la felicidad plena. Tenía que decirle que...- Podríamos ponerle remedio. Pensar algo. Somos inteligentes, podemos pensarlo... Podríamos huir, cambiar de universidad. Cada uno a una, claro. Nos mandaríamos postales por Navidad durante un tiempo y luego nos olvidaríamos. Y esta gente seguro que encuentra a alguien a quien criticar. Nuestra facultad es una selva, ¿ sabes? Hablas con uno creyendo que daría la vida por ti y luego resulta que te despelleja a las espaldas. Me se... Digo, se me ocurren un montón de nombres de cotillas de clase. Toda la clase, prácticamente. Toda la clase, menos tú, espero.
Ella me miraba divertida. Sin embargo, sentí que estaba a punto de darse la vuelta y marcharse. Y esta vez para siempre.
- También podríamos hacerlo realidad. - Lancé, mirando al suelo. Lo había dicho. Por fin lo había dicho. No sabía cómo ni porqué ( bueno, sí sabía el por qué, más bien lo tenía muy claro), pero lo había dicho. Y debía, y temía, alzar la cara y enfrentarme a la suya, a sus ojos que tanto decían y esperar una respuesta que deseaba conocer. No me dió tiempo. Ella se abalanzó literalmente sobre mí y antes de poder reaccionar nos estábamos besando. No fue breve, el beso. Fue un beso en que descargamos todos nuestros sentimientos contenidos. Tampoco fue apasionado. Fue tranquilo, casi una conversación. Una conversación pausada labio contra labio.

Ya no nos separamos. Hasta ayer. Hasta que se me ocurrió hacer el imbécil. Pero es que ella debía tener en cuenta que hay cosas que duelen mucho. Tirarte toda la vida estudiando para acabar de barrendero duele mucho. Y no me parece malo el oficio de barrendero. He conocido a personas más humanas que la mayoría de hipócritas de la facultad. Pero siempre soñé con otro futuro, no sé, mejor. Tal vez tan sólo diferente. Aunque querer un buen futuro y estudiar filología no pueden ir juntos en la misma frase, claro. Tampoco sé en qué estaba pensando cuando me matriculé. Debería haber estudiado medicina. Lo único que habría tenido que hacer es falsificar mi nota de selectividad.
Debería darse cuenta. Debería percatarse que se metió en un terreno muy doloroso para mí. Además, si me quiere como dice que me quiere... Si me quería como decía que me quería, quiero decir, no le importará si soy catedrático o barrendero, digo yo. Lo que realmente destaca en mí son mis profundos valores humanos y mis cuantiosas virtudes. La modestia, por ejemplo. Vamos... Que me tiene que llamar ella.

O no. A lo mejor tuve un pronto demasiado repentino, un ataque demasiado incontrolable. A lo mejor, me pasé. A lo mejor tenía que habérselo dicho antes, que había temas y temas. Tal vez. Tal vez sea yo quien debe pedir disculpas. Tal vez me esté esperando. Ójala me esté esperando. Tengo que llamarla, no puedo estar sin ella.

2 comentarios:

sabrini_ta dijo...

... ... ... ...

RedCam dijo...

Ya queda poco... muy po o